Me tocó. Helga se enamoró. Y esta vez Arnold no la choteó (al menos todavía la aguanta). Luego de iniciar el año con algunos baches en el terreno amoroso y un puntapié final que pensé que me mandaría al mismo desierto del Sahara del amor, conocí a un Arnold, muy peculiar y de una manera poco común.
Nos habíamos visto en tan sólo una oportunidad, y esa vez, sus ojos miraban a otros ojos, deseaban a otros labios y en resumen, su artillería estaba dirigida a otro objetivo.
Sin embargo, como a la vida le encanta sacarme la vuelta, nos cruzamos en una segunda oportunidad y en ella, los diálogos que entablamos fueron los más lúdicos que he tenido en mi vida. Me sentía en un programa de tv de preguntas y respuestas, pero para sorpresa mía, no escuchaba el pitillo cagón de error- error- error.
Paralelamente la conversación estaba salpimentada por silencios que se resolvían con el tarareo de alguna canción o con el compartir las pitadas de un fallo. Luego venían algunas risas, más fotos, menos diálogos y más miradas. La noche era joven y yo me sentía que ya no lo era tanto. Luego de un día de chamba, lo menos resuelto es una trasnochada en el centro de Lima, a varios kilómetros de casa.
Las ganas que teníamos por compartir el taxi solo los dos se esfumaron cuando escuché mi nombre y la orden de detenerme. ('Ya fue', dijimos al unísono) De regreso a casa y ya en un taxi compartido, restó quedarnos en silencio pensando en la mutua compañía, en ese beso que sólo fue de prueba, en esas ganas -sazonadas por varias chelas- de volvernos a ver y conversar de muchos temas.
Han pasado 5 semanas de aquel encuentro y seguimos viéndonos, seguimos dándonos besos interminables, seguimos con la mañosada (con cariño!!!!) de siempre, seguimos pensando en las cosas que nos joden y en las que nos joderán y siempre caemos en un 'bueno, si duramos haremos esto y lo otro...' siempre con esa inseguridad de todo comienzo, pero también con esas ganas de saber que lo bueno se está viviendo y -quizá- lo mejor aún está por venir. Te quiero.