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    Hace 14 años

diciembre 26, 2007

It's my party


El sábado pasado estuve fotografiando a unos adolescentes de un renombrado colegio durante su fiesta de promoción y mientras lo hacía no dejaba de recordar mis años escolares, sobre todo, los de la secundaria y reparé en aquellos amores de colegio, que difícilmente logran perdurar, pero también en esos romances fugaces y en esos primeros chapes a escondidas en los salones durante alguna actuación.

Pero me centré en mi fiesta de promoción realizada exactamente hace 10 años. Reparé en los vestidos, en los peinados, en los recargados maquillajes, en los modernos celulares que ni siquiera el más pituco de mi cole tenía, en la forma de posar ante el lente, en la forma desesperada de beber el líquido elemento, en la cada vez menos inocente forma de bailar, en resumen, en infinidad de detalles que me hicieron ver como una chiquivieja.

Sin embargo, sigue sucediendo que para ellas, es EL evento mientras que para ellos, es sólo su fiesta de promoción. Las jovencitas parecen haberse pasado meses buscando el vestido más original y también el más apretado, aunque el peinado sólo se reduzca a un fugaz laceado. Los zapatos son lo de menos, total un mix de perreo hace que terminen bailando sin ellos. No dejan de ir cada cinco minutos al tocador para ajustarse más el vestido o acomodarse el sostén ‘engañamuchachos’ o quizá meterse el dedo para poder vomitar y seguir tomando a la par de sus compañeros.

Ellas bailan solas, se prenden el cigarrillo, el porrito, se sirven la chela, el vodka, el whisky o el trago corto de su elección, total ya saben que un guiño al mozo de turno lo arregla todo. Acuden presurosas donde el dj a pedirle que pongan más merengue y menos salsa, más perreo y menos rock, “ya quizá para las 4 de la mañana puedes ponerte algo de electrónico” le dicen mientras empinan el codo.

Pasada la madrugada, las que no se comen a besos al novio en plena pista de baile, ya están chequeando a ese amigo, al que siempre le han tenido ganas y que ahora en su último día piensan darle trámite. Otras han “invitado” a su pareja, es decir, en buen cristiano, le han pagado al pata para que vaya con ellas y obvio, eso tiene un precio: un buen chape. Aunque para él, son solo amigos.

Otras parecen estar más entretenidas bailando muy juntas, abrazándose y dándose de besos frente al lente, quieren ser fotografiadas, quieren que la cámara de video inmortalice el instante. Ensayan poses y sonrisas, mientras más atrevidas son, más celebradas se sienten.

Ellos, solo se dejan llevar por la bulla, el humo del cigarro, el éxtasis del trago y otros menjunjes. Tratan de evitar las fotos y el ser filmados, algunos entierran sus cabezas en la mesa, esperando que amanezca y les sirvan el desayuno, porque ahora las fiestas de promoción incluyen desayuno, ojo, y no es un revitalizante caldo de gallina.

Sigo fotografiando pero los ojos se me cierran, mis pies han dejado de moverse y mis oídos están saturados de Daddys Yankees y Tegos Calderón. Sólo quiero irme, aunque la fiesta esté en todo su apogeo, para mí ya está en muere. Pido un vaso con agua, (¡qué monse me dice un chibolo!) y disparo mi último clic. A esa hora, hace 10 años, estaba en el carro de mi viejo yéndome a dormir. Y pienso:¿dónde estás papá?, ya sácame de aquí.

Plancha quemada


No podía haberlo sacado al ojo. No había forma de hacerlo. No era el ‘macho de América’, el Juan Salvaje, el semental de la facultad, pero de gay no tenía ni la pinta, ni la actitud. Me gustó y me seguirá gustando aunque conozca de sus propuestas en el baño de los chicos.

Cuando te enteras que el chico que te vacila, al que deseas besar cada vez más cerca a la boca cuando te saluda, es gay, no te deprimes, ni reniegas, ni piensas en las cada vez más escasas chances que tienes de toparte con un pata tan bacán como él. Piensas solamente en cómo no te diste cuenta que él es de ‘tu bando’.

Haces un recordaris de las señales que te dio, las miradas que cruzaron, las sonrisas que te robó, las veces que pasó frente a ti pudiendo haber tomado otro camino, las conversaciones que propició, los malos chistes que te contó, en fin. Simplemente recuerdas, te ríes, mueves la cabeza en actitud incrédula y decides mejor pensar en otra cosa. Decides que el tiempo pase y que tu amistad sea lo único que te ate a él.

Sin embargo, un gusto es algo perenne. Siempre gustarás del chocolate, de algún tipo de películas, de un grupo musical, de una forma de besar, de dormir, de llevar el cabello, etc. y por tanto siempre gustarás de alguna persona que alguna vez te gustó. Aun cuando ésta esté casada, fuera del país, lejos de tu oficina, se haya mudado de barrio, de escuela, e incluso hasta de sexo.

Para autocompadecerte empiezas a pensar en los defectos de esa persona pero inevitablemente terminas con un: ¡qué fucking desperdicio! Ya está. Te gusta y tú no le gustas. Punto. Pero entonces, porqué sigue sonriéndome así, porque la hace larga para acompañarme al paradero, porque me abraza tan fuerte, ¿será bi? Empiezas a preguntarte. Noooo, yo le voy al Necaxa, te dices y chapas tu combi.

Definitivamente fijarte en un gay –sin saber que lo es- no es una situación muy común, pero intercambiar actitudes heterosexuales con uno, es para ‘cagarte’ el cerebro. Sabes que no puedes hablar de ese tema, hasta tener la confianza necesaria y haber encontrado las palabras adecuadas para no dejarte en total evidencia y caer en mal interpretaciones. Aquí los rumores se esfuman y lo cierto se reduce a las actitudes, tal y cual sucedieron y al significado que se les dieron. Menudo panorama.
Ojos bien abiertos. Nada te asegura que esto no te vuelva a suceder, quizá este sábado en la disco cuando te saquen a bailar un pegajoso reggaeton, o cuando hagas la cola en el cine y te topes en solitario con alguien, o quizá en aquel compañero de clases que ya se acomodó en tu grupo de estudio para ir a tu casa al saber que tienes hermanos. Guarda ahí.

Tengo una cita (sexual)


Una cita es una cita. Las hay románticas, amicales, forzadas, inevitables, divertidas, inteligentemente arregladas, y otras extremadamente zotas, en las que tienes esa sonrisa cojudona traducida en un ‘¿qué mierda hago aquí? En fin, todos y todas hemos tenido alguna y para ella, nos hemos arreglado, querramos o no.

Pero cuando tenemos una cita sexual, es decir, un encuentro propiciado para el mero deguste de la carne; la cosa cambia. Al menos, teniendo en cuenta la opinión de un simbólico grupo heterogéneo, las mujeres sí nos esmeramos por quedar lo más ‘apetecibles’ posibles a comparación de los chicos, para quienes su preparación se reduce –en algunos casos- a sólo un buen baño. ¡Qué triste!, ¿no?

Primero lo primero y sin afán protagónico: la ropa interior. Pedimos sugerencias a las amigas (sobre todo a las más experimentadas), recorremos galerías para buscar alguna inquietante novedad, y si no hay plata, pues rebuscamos en nuestro cajón lo mejorcito que tenemos o las últimas adquisiciones o en el peor de los casos, las prendas Top Ten que en otras ocasiones hicieron que te susurraran al oído, sandez y media.

Lo segundo: el ritual del baño. No importa los sapos y culebras que puedas intercambiar en casa por demorarte en el cuarto chico, debes quedar con la mayor cantidad de poros abiertos, listos para sentir y hacer que la frescura se instale en cada rincón de tu cuerpo. Los aceites, esponjas, jabones especiales y un buen acondicionador se convierten en tus cómplices mientras vas imaginando cómo disfrutar mejor de la velada porque obvio que no sólo es cuestión de acostarse y ya. Tampoco, tampoco.

Lo tercero: vellos out! No es muy recomendable una depilación de emergencia pero sí es básico que ciertos lugares (sí, esos mismos) no parezcan chimba de reggaetonero. Por ello, mientras trabajemos más esa ‘espesa’ situación, mucho mejor. Las piernas, muslos y axilas son partes concurrentes a las depilaciones, sin embargo, nos pueden jugar una mala pasada y para ello, nada como una hojita de afeitar salvadora. Finalmente, una suave loción y una crema hidratante terminarán por engreírte.

Por último, el maquillaje y forma de llevar el cabello –complementos básicos al vestuario- puede ser tan variantes como la cantidad de poses en las que te encontrarás horas más tarde. No hay que restarles importancia, pero para gustos y colores, cada una con su rollo, sin embargo checa la forma más cómoda de llevarlos.

Ahora, estás –nunca tan literalmente- lista para matar. Sin embargo, tienes que ser conciente que toda esta preparación no te asegura el más ardiente de los encuentros, porque puede resultar que el niño sólo se lance endiabladamente sobre ti, minimizando tu ropa, tus olores, tus colores y hasta duerma plácidamente luego de creerse que la cita sólo se remitía a expectorar una sustancia blanquecina. Total, aunque sabemos cómo terminará, siempre pensamos ‘pudo ser mejor’.