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    Hace 14 años

diciembre 26, 2007

It's my party


El sábado pasado estuve fotografiando a unos adolescentes de un renombrado colegio durante su fiesta de promoción y mientras lo hacía no dejaba de recordar mis años escolares, sobre todo, los de la secundaria y reparé en aquellos amores de colegio, que difícilmente logran perdurar, pero también en esos romances fugaces y en esos primeros chapes a escondidas en los salones durante alguna actuación.

Pero me centré en mi fiesta de promoción realizada exactamente hace 10 años. Reparé en los vestidos, en los peinados, en los recargados maquillajes, en los modernos celulares que ni siquiera el más pituco de mi cole tenía, en la forma de posar ante el lente, en la forma desesperada de beber el líquido elemento, en la cada vez menos inocente forma de bailar, en resumen, en infinidad de detalles que me hicieron ver como una chiquivieja.

Sin embargo, sigue sucediendo que para ellas, es EL evento mientras que para ellos, es sólo su fiesta de promoción. Las jovencitas parecen haberse pasado meses buscando el vestido más original y también el más apretado, aunque el peinado sólo se reduzca a un fugaz laceado. Los zapatos son lo de menos, total un mix de perreo hace que terminen bailando sin ellos. No dejan de ir cada cinco minutos al tocador para ajustarse más el vestido o acomodarse el sostén ‘engañamuchachos’ o quizá meterse el dedo para poder vomitar y seguir tomando a la par de sus compañeros.

Ellas bailan solas, se prenden el cigarrillo, el porrito, se sirven la chela, el vodka, el whisky o el trago corto de su elección, total ya saben que un guiño al mozo de turno lo arregla todo. Acuden presurosas donde el dj a pedirle que pongan más merengue y menos salsa, más perreo y menos rock, “ya quizá para las 4 de la mañana puedes ponerte algo de electrónico” le dicen mientras empinan el codo.

Pasada la madrugada, las que no se comen a besos al novio en plena pista de baile, ya están chequeando a ese amigo, al que siempre le han tenido ganas y que ahora en su último día piensan darle trámite. Otras han “invitado” a su pareja, es decir, en buen cristiano, le han pagado al pata para que vaya con ellas y obvio, eso tiene un precio: un buen chape. Aunque para él, son solo amigos.

Otras parecen estar más entretenidas bailando muy juntas, abrazándose y dándose de besos frente al lente, quieren ser fotografiadas, quieren que la cámara de video inmortalice el instante. Ensayan poses y sonrisas, mientras más atrevidas son, más celebradas se sienten.

Ellos, solo se dejan llevar por la bulla, el humo del cigarro, el éxtasis del trago y otros menjunjes. Tratan de evitar las fotos y el ser filmados, algunos entierran sus cabezas en la mesa, esperando que amanezca y les sirvan el desayuno, porque ahora las fiestas de promoción incluyen desayuno, ojo, y no es un revitalizante caldo de gallina.

Sigo fotografiando pero los ojos se me cierran, mis pies han dejado de moverse y mis oídos están saturados de Daddys Yankees y Tegos Calderón. Sólo quiero irme, aunque la fiesta esté en todo su apogeo, para mí ya está en muere. Pido un vaso con agua, (¡qué monse me dice un chibolo!) y disparo mi último clic. A esa hora, hace 10 años, estaba en el carro de mi viejo yéndome a dormir. Y pienso:¿dónde estás papá?, ya sácame de aquí.

Plancha quemada


No podía haberlo sacado al ojo. No había forma de hacerlo. No era el ‘macho de América’, el Juan Salvaje, el semental de la facultad, pero de gay no tenía ni la pinta, ni la actitud. Me gustó y me seguirá gustando aunque conozca de sus propuestas en el baño de los chicos.

Cuando te enteras que el chico que te vacila, al que deseas besar cada vez más cerca a la boca cuando te saluda, es gay, no te deprimes, ni reniegas, ni piensas en las cada vez más escasas chances que tienes de toparte con un pata tan bacán como él. Piensas solamente en cómo no te diste cuenta que él es de ‘tu bando’.

Haces un recordaris de las señales que te dio, las miradas que cruzaron, las sonrisas que te robó, las veces que pasó frente a ti pudiendo haber tomado otro camino, las conversaciones que propició, los malos chistes que te contó, en fin. Simplemente recuerdas, te ríes, mueves la cabeza en actitud incrédula y decides mejor pensar en otra cosa. Decides que el tiempo pase y que tu amistad sea lo único que te ate a él.

Sin embargo, un gusto es algo perenne. Siempre gustarás del chocolate, de algún tipo de películas, de un grupo musical, de una forma de besar, de dormir, de llevar el cabello, etc. y por tanto siempre gustarás de alguna persona que alguna vez te gustó. Aun cuando ésta esté casada, fuera del país, lejos de tu oficina, se haya mudado de barrio, de escuela, e incluso hasta de sexo.

Para autocompadecerte empiezas a pensar en los defectos de esa persona pero inevitablemente terminas con un: ¡qué fucking desperdicio! Ya está. Te gusta y tú no le gustas. Punto. Pero entonces, porqué sigue sonriéndome así, porque la hace larga para acompañarme al paradero, porque me abraza tan fuerte, ¿será bi? Empiezas a preguntarte. Noooo, yo le voy al Necaxa, te dices y chapas tu combi.

Definitivamente fijarte en un gay –sin saber que lo es- no es una situación muy común, pero intercambiar actitudes heterosexuales con uno, es para ‘cagarte’ el cerebro. Sabes que no puedes hablar de ese tema, hasta tener la confianza necesaria y haber encontrado las palabras adecuadas para no dejarte en total evidencia y caer en mal interpretaciones. Aquí los rumores se esfuman y lo cierto se reduce a las actitudes, tal y cual sucedieron y al significado que se les dieron. Menudo panorama.
Ojos bien abiertos. Nada te asegura que esto no te vuelva a suceder, quizá este sábado en la disco cuando te saquen a bailar un pegajoso reggaeton, o cuando hagas la cola en el cine y te topes en solitario con alguien, o quizá en aquel compañero de clases que ya se acomodó en tu grupo de estudio para ir a tu casa al saber que tienes hermanos. Guarda ahí.

Tengo una cita (sexual)


Una cita es una cita. Las hay románticas, amicales, forzadas, inevitables, divertidas, inteligentemente arregladas, y otras extremadamente zotas, en las que tienes esa sonrisa cojudona traducida en un ‘¿qué mierda hago aquí? En fin, todos y todas hemos tenido alguna y para ella, nos hemos arreglado, querramos o no.

Pero cuando tenemos una cita sexual, es decir, un encuentro propiciado para el mero deguste de la carne; la cosa cambia. Al menos, teniendo en cuenta la opinión de un simbólico grupo heterogéneo, las mujeres sí nos esmeramos por quedar lo más ‘apetecibles’ posibles a comparación de los chicos, para quienes su preparación se reduce –en algunos casos- a sólo un buen baño. ¡Qué triste!, ¿no?

Primero lo primero y sin afán protagónico: la ropa interior. Pedimos sugerencias a las amigas (sobre todo a las más experimentadas), recorremos galerías para buscar alguna inquietante novedad, y si no hay plata, pues rebuscamos en nuestro cajón lo mejorcito que tenemos o las últimas adquisiciones o en el peor de los casos, las prendas Top Ten que en otras ocasiones hicieron que te susurraran al oído, sandez y media.

Lo segundo: el ritual del baño. No importa los sapos y culebras que puedas intercambiar en casa por demorarte en el cuarto chico, debes quedar con la mayor cantidad de poros abiertos, listos para sentir y hacer que la frescura se instale en cada rincón de tu cuerpo. Los aceites, esponjas, jabones especiales y un buen acondicionador se convierten en tus cómplices mientras vas imaginando cómo disfrutar mejor de la velada porque obvio que no sólo es cuestión de acostarse y ya. Tampoco, tampoco.

Lo tercero: vellos out! No es muy recomendable una depilación de emergencia pero sí es básico que ciertos lugares (sí, esos mismos) no parezcan chimba de reggaetonero. Por ello, mientras trabajemos más esa ‘espesa’ situación, mucho mejor. Las piernas, muslos y axilas son partes concurrentes a las depilaciones, sin embargo, nos pueden jugar una mala pasada y para ello, nada como una hojita de afeitar salvadora. Finalmente, una suave loción y una crema hidratante terminarán por engreírte.

Por último, el maquillaje y forma de llevar el cabello –complementos básicos al vestuario- puede ser tan variantes como la cantidad de poses en las que te encontrarás horas más tarde. No hay que restarles importancia, pero para gustos y colores, cada una con su rollo, sin embargo checa la forma más cómoda de llevarlos.

Ahora, estás –nunca tan literalmente- lista para matar. Sin embargo, tienes que ser conciente que toda esta preparación no te asegura el más ardiente de los encuentros, porque puede resultar que el niño sólo se lance endiabladamente sobre ti, minimizando tu ropa, tus olores, tus colores y hasta duerma plácidamente luego de creerse que la cita sólo se remitía a expectorar una sustancia blanquecina. Total, aunque sabemos cómo terminará, siempre pensamos ‘pudo ser mejor’.

noviembre 26, 2007

Tufillo delator


Sábado, 6 Y 42 de la mañana. Fin de semana en casa, sin resaca y recuperando toda la energía desgastada los días previos. De pronto, el celular empieza a sonar. Medio dormida contesto y pienso vagamente ‘puede ser una emergencia’ y en efecto, parecer serlo, pero una emergencia hormonal.

C –así llamaremos al horny boy- estaba saliendo de un bar, luego de haber ingerido cantidades industriales de alcohol, aunque se empecinó a negar lo ebrio que se encontraba. Me dijo que quería verme, que in su facto, se aparecería en mi casa y que le importaba un rábano si el guachi o mi viejo en pijama lo sacaban a puntillazos. Quería verme, quería hacerme cositas, quería decirme que si yo quería él podía ser más ‘que un amigo’. Plop. En ese momento, hundí mi cara en la almohada y alejé el celu de mi oreja, pero el seguía ahí, susurrándome al oído lo interesado que estaba en mí.

En efecto, C – en mis épocas universitarias- había sido más que un amigo. Alguna vez me confesó que le gustaba pero nunca nos escribíamos, nunca lo encontraba en el msn, nunca hubo una señal extra. Terminada la u, cada quien anduvo por su lado, pero no perdimos contacto.

Ese sábado, en el que se despachó cerca de 10 minutos entre frases calentonas y reclamos innecesarios, pensé en C durante todo el día. ¿Recordará este episodio en las próximas 48 horas? ¿Culpará al alcohol por haberlo vendido tan evidentemente? Y recordé sonriendo también las veces en que sumergida en litros de alcohol, marqué un número, colgué o mandé algún mensajillo delator.

Recordé también la vez en que una amiga, luego de tres ‘seco y volteado’ cogió el celular y llamó al ex para decir que aún lo amaba y que le importaba un pito ser la otra. Replop. Y aquella en la que un amigo de cole, antes de perder la conciencia, colocó el celular cerca del parlante para dedicarle una canción a su disque mejor amiga. Dios, eran las 4 de la mañana!!!. Finalmente, recordé con la cara medio desencajada, la vez en que cogí el celular y envié un ‘solo quiero decirte que te amo’.

No supe más de C. No me ha vuelto a llamar y difícilmente creo que lo haga. Pero definitivamente no podrá negar que el alcohol lo vendió como alguna vez lo hizo conmigo, con mi amiga, con mi amigo y contigo quizá. Fueron lapsus en los que nos dejamos llevar por lo que verdaderamente sentíamos, nos despojamos de las caretas y nos vendimos sin el menor reparo.

Pasados los efectos del liquido detonante, con la cabeza a punto de estallar, con la botella de agua en mano y con la ‘firme’ promesa de no pegarte una bomba nunca más, sólo resta reírte y esperar no encontrarte con esa persona en los próximos días. A cruzar los dedos.

Punto de partida


Meses atrás –en pleno inicio de mi última relación amorosa -discutía con un amigo acerca de la mejor manera de cómo comenzarlas. Ambos coincidimos en que existían dos formas: el chispazo inicial o la transformación de una relación amical en amorosa. Embarcada en alguna oportunidad en ambos casos, expuse mi punto de vista.

Con toda la seguridad del mundo señalé que todos hemos pasado por ese intercambio de miradas y sonrisitas nerviosonas con ese completo desconocido que te trae babeando. Cuando éstas se vuelven rutina, lo siguiente es la primera conversa, el intercambio de celus, de mails, mensajitos de textos, llamaditas, salidas al cine, etc. etc., en otras palabras, el gileo previo a un posible inicio de relación. (Si te has salteado algún paso, dale curso no más, que uno es ninguno)

El otro camino, -proseguí- es darte cuenta que alguien muy cercano a ti –leáse un amigo u amiga- te ha echado el ojo o tú le has echado el ojo más de la cuenta. La primera reacción es NEGARLO TODO Y ANTE TODOS. Osea, la gente está hablando ‘wadas’. Son amigos y nada más. Sin embargo, no puedes negar que hay momentos agradables, intereses compartidos y sobre todo un afecto especial. Pero te tratas de autoconvencer machacándote la idea de que ello sucede porque son amigos.

Terminaba de exponer mi teoría cuando mi amigo, en actitud negativa, movía la cabeza señalando que la segunda opción le parecía totalmente inválida porque considera –al igual que la gran mayoría- que el chispazo inicial es básico para caer en los brazos de cupido. Y argumentó que lo segundo, lejos de arrastrarte en el torbellino del amor, lo único que provoca es confundir a las personas y dar por finalizadas grandes y sinceras amistades. Objeción su señoría. Tampoco, tampoco.

Le repliqué que lo del chispazo, puede o no darse. Quién cuernos te asegura que caminando por ahí harás clic o entrarás en sintonía con tu par. ¿Y si no pasa? ¿Tienes que chapar el último tren que pasa? No, gracias. Eso es imprevisible, por tanto, lo segundo –recalque en voz alta- me parece una opción más realista. Ahora tampoco es que tengas el clásico pacto con tu mejor amigo para que –llegada cierta edad- si se encuentran solos, se hagan el favor mutuamente y ya. Finalicé mi exposición argumentando que si bien es cierto que cuando te toca, te toca, tampoco podemos dejar escapar la oportunidad de hacer que nos toque.

Un silencio prolongado de mi amigo, me hizo pensar que algo en él había logrado trastocar. Craso error. Terminamos de beber nuestras cervezas, y con el último brindis tuve la certeza que ninguno de los dos daría su brazo a torcer. Cada quien estaba convencido de su rollo. Sin embargo, ahora -nueve meses después y tras mi más reciente experiencia seudo amorosa- recordar esta conversa me llevó a aceptar lo delicioso que resulta vivir ese gileo previo con aquel desconocido, ese descubrir pausado y frenético a la vez, tan impredecible que te hace pensar: que suceda lo que tenga que suceder y a la mierda lo demás.

Fue ayer y SI me acuerdo


Es inevitable no esbozar una sonrisa cuando pienso en L. Lo nuestro nunca fue una relación, nunca fuimos amigos y cuando finalizamos nuestra rutina de salidas, la nuestra fue la más cínica de las promesas: no vamos a perder el contacto. Sin embargo, varios años después de hacer ese juramento y de no cruzar palabra alguna, me lo crucé dos veces en este mes y estúpidamente el corazón se me aceleró.

Nos conocimos cuando yo recién entraba a la facultad. Sus dientes de conejo sonriente eran la invitación perfecta a iniciar una conversación sin habernos presentado antes. Ambos éramos –somos- coquetos por naturaleza por lo que nuestras conversas y salidas fluían a la perfección. Con él, no había que pensar mucho las cosas. No había que planificar nada. Y siempre lo recordaré porque, en el poco tiempo en que salimos, me dijo en mi cara limpia y pelada que de fría y práctica no tenía nada. Auch.

L es la segunda persona con la que salí que ahora detenta un anillo en el dedo. Es propiedad privada. Es harina de otro costal. Es pan besado por el diablo. Es una mujer para mí. En otras palabras, con él, la cosa ya no fluye. Sin embargo luego de cruzármelo en plena vía pública y por partida doble, me preguntaba, ¿qué cosa seré para él? ¿Cómo me calificará? ¿Cómo me recordará? Fácil y en un muy, pero muy lejano futuro, podremos hablar de ello y quizá ya no lo haremos comiendo la canchita húmeda y dura del Pollo Pier’s donde todo comenzó.

Encontrarse de casualidad con un ex, en todo el sentido de la palabra, es decir, ex novio, ex agarre, ex chape, ex tire, ex afán, etc. es una experiencia con ‘n’ calificativos. Puede causarte un lloriqueo jodido, una sonrisa cómplice, un amargón de los mil demonios, una mentada de madre, una explosión hormonal, etc. Encontrarme con L me causó un ligero retorcijón de panza, una sonrisa cómplice y una leve taquicardia. Todo felizmente, de momento.

Sin embargo, luego me puse a analizar cuáles serían mis probabilidades de tener este tipo de encuentros. Respuesta: ALTAS (en negritas y subrayado) puesto que la mayoría de los chicos con los cuales he salido son de mi entorno, es decir, comunicadores a excepción de un par de ingenieros y un abogado. Por tanto, será inevitable encontrármelos en actividades de interés común (Cines, exposiciones, teatros, conciertos, etc. etc.) o sea que más me vale que vaya ensayando un discurso similar, casi espontáneo, muy creíble y sanamente desenvuelto para evitar caer en risitas forzadas y monosílabos delatores.

Jamás he pensado en evitar una situación así, pues en mi caso, gracias a mi floro parlanchín y sinvergüencería innata sería ponerme más que en evidencia. Quizá tampoco me de pa’ tanto y un saludo cortés sea todo lo que pueda intercambiar. Todo depende de la persona, el tiempo, las circunstancias y claro está mi relación con esa persona. Pero retornando a L, digamos que la fiesta se llevó en paz, aunque nunca comprenderé que mi más sincera apreciación del tipo de relación que tuvimos fue la causa del final de la misma. Lección aprendida.

Grande XX!!

¿Cuál es esa extraña sustancia, célula, hormona u quizá bacteria que tenemos las mujeres que nos hace reaccionar como noviecita desesperada cada vez que empezamos a pasarla bien con algún chico? Explico e ilustro esta interrogante con una cercana situación.

Hace unos meses, una de mis mejores amigas empezó a salir con un apuesto caballero. Promisorio futuro, buen trabajo, buena presencia, agradable conversa y -siendo bastante benevolente-, buen sexo. El pacto inicial por parte de ambos era pasarla bien, en buen cristiano, relación sin compromiso, tire sin amor, relación abierta. Todos felices, todos contentos.

Los meses transcurrieron y las llamadas telefónicas, chats, mensajitos de textos, mails y toda forma de comunicación se hizo más frecuente. Sin embargo, ninguno de los dos hablaba de transformar la relación en algo más formal. Pero por la manera cómo hablaba mi amiga del susodicho, por el brillo de sus ojos, por los movimientos nerviosos de sus manos y los ataques de histeria que tenía cuando se frustraban los planes de verlo podía presagiar que alguien estaba lanzándose a la piscina sin siquiera una gotita de agua.

Sin embargo, en palabras textuales de mi amiga, ‘todo esta bien, el pacto era pasarla bien y no debía involucrar sentimientos’. Primera señal de que todo se cagó: reiterar cada segundo la mulatilla ‘Estoy tranquila, todo está bien’. Cuando en tu cabeza esta fuckin frase se repite una y otra vez y esbozas una sonrisita medio cojudona para complementarla es que ya estás frita, estás saltándote el cintillo amarillo de PELIGRO, NO PASAR.

Ante este escenario sólo te restan dos opciones: tragarte enterito el sapo o simplemente dejar de verlo por salud mental, hormonal pero sobre todo sentimental. La primera opción no es apta para principiantes, sensibilidades a flor de piel, fieles seguidoras de cupido o propensas a cortarse las venas hasta con una galletita de soda. Así que queda hablar claro y esperar que la contraparte se pronuncie para bien (formalicemos, amor) o para mal (necesito un tiempo para mí, estamos en contacto, yo te llamo y un largo etcétera).

Sin embargo, quienes consideren que por el momento la agradable y calentona compañía no sobrepasa los límites de lo físico, pues provecho, que la comelona continúe, pero oído a la música que ese cuento sólo necesita ser creído por una. No vale autoconvencerse de lo contrario. No obstante, puedo apostar que en más de una oportunidad la idea de avanzar un escalón más y pensar más de la cuenta en esa persona, terminará por traicionarnos y nos obligará a hacer de esta experiencia sólo un húmedo recuerdo.

Considero que tiene que ser algo genético lo que nos hace involucrarnos siempre más que la otra parte. Siempre he escuchado que los hombres son más pasionales, más animales (sin ofender) y tienen hasta dos cabezas para poder pensar en una mujer. Nosotras, en cambio, queremos y tratamos de convencernos que podemos actuar como ellos: menos compromiso y más acción. Gracias a los cromosomas que no somos así.

noviembre 05, 2007

La pequeña saltamontes


Tras sostener una larga plática virtual con un amigo, que se quejaba de no ligarse a una flaca en varios meses y tras varios intentos, mi paciencia se colmó y me despaché directo y sin anestesia, diciéndole: ‘intenta –muy sútilmente, por cierto- tener sexo virtual con ella, a ver si se calienta el ambiente y te suelta prenda alguna’. Tras unos minutos de pausa, recibí una respuesta inesperada: ‘Es que no sé cómo, ¿me enseñas?’.

Había recibido así, la propuesta de convertirme en instructora de sexo virtual de la noche a la mañana. Al principio, esquivé la situación, pero la insistencia y las ridículas insinuaciones que pretendía hacer el inexperto me hicieron ver que algo tenía que hacer. Enfundada entonces en mi traje de superhéroe, revisé rápidamente mi lista de contactos en el msn para ver si alguien podría darme una manito y Bingo, ahí estaba él: quien se convertiría en mi sensei, mi Yoda, mi maestro Miyagui.

Ahora, la inexperta era yo, ¿cómo iniciar una conversación subidita de tono, calenturienta, totalmente arrechona con alguien a quien no veía hace varios años y con el cual sólo había compartido inocentes vivencias escolares?. Sin embargo, recordé que alguna vez me comentó que se sentía un enfermo por pensar siempre en sexo y por ligarse a cuanta hembrita apetecible se le cruzaba. Pensé entonces: estamos en la época de lo ‘Nothing is impossible’, y desde luego el sexo virtual no tiene por qué ser la excepción, además mientras no nos veamos las caras, pues mucho mejor. Menos roche.

Le comenté la propuesta que había recibido y tras recibir una carcajada virtual, me abordó en una: ‘en serio, ¿nunca ‘has jugado’ por Internet? Ni con alguno de tus enamorados?’. No me dejó responder y en seguida me dijo: ‘respóndeme algo, ¿sigues con esas piernotas que tenías en el colegio?. Toma mientras, primer pase de balón y yo seguía en la banca, calentando para entrar a la cancha.

Las conversaciones se tornaron en una sucesión descriptiva y al detalle de hechos, lugares, deseos, palabras y propuestas que terminaban en promesas que alguna vez cumpliríamos. La química fluyó e inexplicablemente coincidíamos en gustos y preferencias. Todo era meramente sexual, sin sentimientos de por medio, sin tapujos, totalmente sinvergüenzas. Los chats terminaban con una descarada despedida: ¡Adiós, y hasta un nuevo cuentito!.Terminada ‘la capacitación’, me mandé con las primeras clases al pupilo.

Pero descubrí que mi amigo –el angurri- torpemente seguía mis indicaciones. Me decía que la flaca no le seguía el juego. Le propuse entonces improvisar un hot – Chat, y tal como lo sospechaba, perdió por goleada. No sólo era torpe sino frío, sin imaginación, aburrido. No había vuelta que darle, no había nacido para esto.

Decidí entonces hacer una pequeña encuesta entre mis conocidos, para saber si alguna vez habían practicado sexo virtual con sus parejas o con algún desconocido y también para saber cómo se habían sentido. La mayoría señaló que no, que les daba roche, que no le veían la gracia; pero algo me decía que sus prejuicios no les permitían contarme al detalle de las pajareadas que se habían metido. No insistí. Sin embargo, hubo quienes me confesaron que sí, y que incluso habían tenido conversaciones recalentonas con personas comprometidas. Total todo era virtual y para pasar el rato estaba bien.

Aprendida la lección, desistí de seguir en mi papel de instructora. El experimento había concluido y las hot sessions se ausentaron por un buen tiempo. Ahora son solo recuerdos y promesas plasmadas en la pantalla de una fría computadora.

Pasito a paso


Paso a paso, el momento se acerca. Las manitos cobran vida por sí solas y ya no se dejan conducir. Tus ojos cerrados solo permiten desear que el momento nunca termine. Tus labios y sus labios, demasiado húmedos, juguetean y exploran, nunca tan atrevidamente como hasta ahora. El estómago se te congela por momentos, se te sube y se te baja y el cuello se te eriza. Y justo ahí cuando decides que debes parar, cuando piensas que ya estás en ‘otro nivel’ y no hay vuelta atrás, cuando el corazón te patea el pecho como queriendo salirse para volver a entrar pero mucho más adentro, sientes que algo ya está dentro de ti y definitivamente no es tu corazón.

Ya está. Ya lo hiciste. Tu primera vez. Tu primera relación sexual. Tu primer tire. Tu primera cogida. Tu primera folladita. Auch, dolió, ahí abajo, ahí arriba y ahí en medio. Definitivamente no fue cómo lo habías pensado, fue mejor o fue peor, pero nunca como lo habías planificado. Recuerdas haber estado en varios momentos ‘limbo’, así los llamo. Momentos en los que los jueguitos de mano, roces, caricias, besos parecen no ser suficientes y quieres llegar a cuarta base.

La primera fue aquella, del beso sin lengua, de piquitos calentones y coquetos, la tuviste hace millones de siglos. La segunda fue tu primer ‘señor agarre’, ‘con todo’, es decir, sentiste sus manos, sintió tu boca, tus pechos y tú sentiste ‘el bulto’. Ríete ahora, pero en ese momento, la cara de palteada nadie te la quitaba. La tercera, se la comentas a tus amigas, para ver si ellas ya han llegado a esta base y sentirte menos puta. Cuerpos desnudos intercambiando solo besos y un dedo juguetón y explorador que te da señales que lo bueno está por llegar.

¿Y los sentimientos? Esos juegan un partido aparte. Tu compañero puede o no haber variado. Y eso resulta básico, puesto que las comparaciones no se dejan esperar. Comparaciones que llegan con mentadas de madre, con llantos a moco tendido, con pícaros comentarios, con lamentos insufribles y en algunos casos compasivos, con dudas sin resolver (el clásico, ¿Qué hubiera pasado si atracaba?), etc.

Te preguntas ¿Hacer el amor es igual que tener sexo, al menos en tu primera vez? Para la mayoría de chicos, su primera vez da lo mismo, lo importante es llegar y si ella llega, pues puntos bonus a su favor. Pero para una, concientizada desde niña a que debes perder la virginidad con quien te vas a casar, definitivamente la primera vez DEBE ser sinónimo de hacer el amor. Si no fue así, agáchate que te cae la primera piedra. No pues, así no juega Perú.

Cuando entre nosotras nos preguntamos: ‘¿cuándo, con quién y cómo fue tu primera vez?’. Todas al unísono, tratamos de responder: “con mi enamorado pues”, a sabiendas de que quizá en ese tiempo no lo era y que después TENÍA que serlo. Y pobre de la que responda: ‘fue con un chico con el cual salía’. Horror!!! Sientes las miradas puñaleras y la inquisidora pregunta: ‘¿y cómo te sentiste después?’.

Sin embargo, nada ni nadie puede quitarte la idea de que para ti, tu primera vez fue maravillosa. No importa si te dejaron, si se te acabó el amor, si te engañaron luego, es más, incluso si no llegaste. No importa. Tú hiciste el amor. Estabas enamorada –aunque quizá años después reconozcas que no era así- porque una siempre busca involucrar un sentimiento para sentirse menos vacía, menos utilizada.

La primera vez importa, pero en un aquí y ahora y no en conversaciones posteriores, ni en arrepentimientos absurdos, pues no es una historia que tengas que contar, sino en una que tengas que sentir y que te termine dibujando una sonrisa en el rostro.

julio 26, 2007

Asuuu qué paja



A principios de año, un amigo mío me hizo una propuesta que, diez años atrás, podía haberme hecho ir a la Iglesia a confesarle al renegón cura, lo sucia que me sentía. El me había propuesto que le enviase por email mi más loca fantasía sexual y que además les pidiese a mis amigas cercanas que hagan lo propio para que él pueda leerlas, editarlas y elaborar una publicación que permita determinar un patrón de las fantasías sexuales más recurrentes de las muchachas peruanas.

En mi caso, recordé un par que quizá con un poco de perseverancia las podía haber cumplido porque sinceramente, de fantasías, no tenían mucho. Sin embargo recordé una que surgió al ver uno de estos programas de lucha libre americana, que terminó por arrancarme una sonora carcajada cuando la conté.

Resulta pues que cuando empecé a hacer la pequeña encuesta entre mis amigas, hubo las más diversas reacciones. Algunas se negaron rotundamente a hacer públicas sus confesiones. Otras manifestaron no haberse detenido mucho a pensar en alguna fantasía, y simplemente dijeron no tenerlas. Más falsas que cachetadas de payaso. En fin, tampoco estoy para rogar. Sin embargo, hubo una que me dijo: perfecto, te puedo ir pasando un par este fin de semana y las otras más adelante, aunque están un poco hardcore. Plop!!!

En una oportunidad, una amiga me confesó que le gustaba la idea de que en pleno momento calenturiento su pareja le contara que los sueños o las ‘pajitas’ que se había hecho con ella. El tipo, de lo mas horny, no tenía reparo en darle hasta los detalles que ella sinvergüenzamente me contaba. Se disculpó de no enviarme sus ‘cuentitos’ como ella los llamaba, por tener tiempo para sentarse y escribirlos, pero que si le ponía unas cuantas chelas, se despacharía con todo. Replop, ahí quedo el asunto.

En otra oportunidad, una ex compañera de trabajo terminó contándome que todas sus fantasías se relacionaban con su profesor de derecho procesal, que además de ser un señor cuero, era de lo más picaflor. O sea, estaba 100% segura que alguna de las ‘pajitas’ que había tenido, terminarían concretándose. Yo le pregunté, entonces, si había habido algún avance, es decir, alguna salida o alguna conversación picante. Ella respondió, que no, que a lo más habían intercambiado algunos mails, siempre relacionados a las cuestiones universitarias. O sea… sus fantasías siempre serán fantasías, pues pude averiguar que el mencionado cuero pasó a las filas de los casados el verano pasado. Triple Plop!!!!!!!!

La cuestión es: por qué tanta palta al momento de admitir, si pues, yo también tengo fantasías sexuales! Y qué! Rico pes.

Chiquillas del ayer, muchachas del ahora



Debo hacer una confesión, mitad seria, mitad en joda. ¡Qué rico tener 26 años y parecer una de 22!!! Sin miedo a que me digan chiquivieja, come niños, chibolera, robacunas o a cuanta piedra, punta de lanza o pico de botella pueda caerme, reafirmo esta expresión. ¡Qué rico tener 26 años y parecer una de 22!!!

Conversando con mis contemporáneas amigas -todas ellas han superado la barrera, ahora temida, de los 25 años- he llegado a la conclusión que teniendo en cuenta algunos detalles, y todavía dejando de lado el uso de cremas antiarrugas, fajas para los rolletes y teñidas de pelos, podemos aparentar unos cuantos años menos y ser admiradas por mozuelos pelamuelas que parecen haberse esmerado por verse los más lindos posibles.

Epa! Quiero dejar en claro que una cosa es que sea divertido que te echen algunos años menos, a que te comportes como toda una chibola. Atrás quedaron los años en los que podíamos estar en un cuchicheo ridículo y bastante paltoso frente al chico que nos traía loca. En estos tiempos, simplemente vamos al raje in misericordi del que podemos ser capaces cuando algún espécimen se nos pone al frente o de lo contrario, al ataque furtivo de la presa de la noche. Las palabras sobran.

Meses atrás mis amigas y yo discutíamos si los preferíamos añitos más o añitos menos. Las narraciones de las anécdotas en la que los ex y eventuales agarres fueron los personajes principales fueron de lo más divertidas. La inexperiencia de unos y los afanes de compromiso inmediatos de los otros fueron, algunas veces, las causas de los rompimientos o alejamientos, La noche transcurría y empinando nuestros chops celebrábamos la soltería bien vivida.

Sin embargo, tener 26 y aparentar 22 es toda un arma de doble filo, por un lado los chiquillos te empiezan a sonreír más de la cuenta y lo peor de todo a inventarse historias que merecen ser calladas con un soberano chape, que traducido sea: ya cállate y has lo que mejor sabes hacer; y por el otro, están los treintones, que sin medias tintas te allanan y en el intervalo del segundo agarre ya te están proponiendo una escapada hacia ‘un lugar más privado’ o sea ‘vamos al telo’, pues ya eres mayorcita y sabes cómo es la nota.

No se si fue premonición o qué pero cuando cumplía los 22 años recibí una tarjeta de felicitación con una frase que a la fecha parece tener efecto: “¡ESTAS VIEJA!!!!! es hora de capturar chibolos, chuparles el cuello, adquirir su juventud ser eternamente jóvenes”. Cuatro años más tarde, la leo, la releo, me río, me visto y digo, la noche es joven y yo también.

El chico que sólo quería divertirse



Dejémonos de prejuicios y vamos al grano.” ¿Quieres o no ser parte de una ‘nochecita loca’? tu sabes pes flaquita, una noche loca, de esas que a veces tengo. Nos podemos poner todos loquitos, no? Tú, tu amiga y yo. Habla, ¿nos vemos entonces? Bastaron unas líneas escritas escuetamente por el Chat y no había vuelta atrás, estaba invitada a mi primer trío sexual de mi vida. Ahora pues, ahí te quiero ver, mamita.

No han sido pocas las veces en las que atentamente, había seguido los relatos sexuales de mis amigos varones, quienes no dejaban de sonreír mientras me contaban los detalles de sus encuentros sexuales, en las que no solo participaron sus enamoradas, sino también algún(a) colaborador(a) extra. Debo reconocer que el pudor había sido puesto bajo siete llaves y sentía que mis ojos me delataban al escuchar cada historia. La teoría fue aprehendida entonces… ya vendrá la práctica me decía.

Bueno pues, tiempo después, me habían cursado una inesperada invitación; ahora era yo quien debía responder a las alturas de las circunstancias. ¿No que muy open mind, muy liberal? ya pues, la mesita estaba servida y no quedaba más que darle curso a ‘ese trámite’. Habían un par de cosas que realmente no había considerado: existía una involucrada más, de la que no sabía su opinión respecto al tema, porque todo había sido muy rápido y segundo, me cagaba de miedo.

La cita se dio. Fuimos recogidas en un auto a ritmo de perreo (¿podría haber algún mejor soundtrack para esta historia?) se sucedieron algunas chelas y cigarrillos para ‘sazonar’ el encuentro y ya cerca de la media noche, la situación estaba un tanto avanzada. Unas miradas delatoras y juguetonas eran lanzadas como dardos venenosos en mitad de una sala bastante desordenada. La atmósfera se recalentaba. Era sábado y el chico sólo quería divertirse.

Ya había transcurrido una media hora y no había habido un significativo avance en la situación antes descrita. Sin embargo, la combustión dentro de mi cuerpo por el alcohol y demás menjunjes hacia que la cabeza se me despegue del cuerpo y vaya a terminar pegada al techo, muy alto por cierto, de la casa.

De las miradas juguetonas, se pasó a las sonrisas cómplices y a un quita prendas muy alejado de lo sensual. Ja. Me imaginaba lo que debía estar pensando el muchacho: ¿oe ya? O sea…. La hora pasa, digo. Cerca de las dos de la madrugada y al ver que ya habíamos tomado por asalto la habitación, divertidamente decorada, del anfitrión, sucedió lo que no había planificado hasta el momento: me acordé del error que había cometido en un examen meses atrás y que nunca antes, en mis cinco sentidos, había logrado reconocer. Realizaré un comentario al respecto, decía yo, para disque amenizar el momento (y pasar piola por otra hora más). Así lo hice y lo que recibí fue más de lo que esperaba: “chicas, creo que es tarde, mejor las llevo a sus casas”. Fin del cuento.

junio 02, 2007

Lanzando anzuelos


¿Te ha pasado que estás en lo mejor de tu descanso sabatino, despanzurrada sobre tu cama y de pronto te entran las ganas de 'portarte mal' ? Es fin de semana, revisas la billetera y se asoman un par de billetes, tienes saldo en el celu y te empieza entonces un hormigueo hormonal. Piensas... ¿quién puede estar en similares condiciones? Mensajeas un rato y ¡bingo! dos de tus mejores amigos, solteros como tú, comulgan con tu propuesta de cacería de 'saturday's night'.

Vistiendo algún trapo insinuante, oliendo a cierto aceite exótico y delineando la sonrisa ganadora de la noche, sales rumbo al primer point. La consigna es clara y las medias tintas están de más. Solo hay lugar para la diversión, buenas vibras y el ligue esperado. Claro está que la jugada es compartida, estás advertida que como tú, otras señoritas y hasta señoritos estarán al acecho de tu ocasional presa. La cuestión es establecer una estrategia definida, seguir los pasos correctos, mostrar una actitud ganadora y saber aceptar la derrota si acaso tempranamente aparece. El amor no juega, está de suplente y prohibido de calentar.

Primer paso: Scaneo general.
A todos y a ninguno. No vale cerrarse en uno pues las opciones nunca están de más y hasta en algunos casos, te pueden salvar la noche. Empiezas con los descartes. Jamás con algún chistoso que te lleve kilómetros de trago. Pero como no hay nada que realmente te afane, la idea de un 'bar tour' empieza a colarse y safas en una.

Segundo paso: Contacto visual
Ejecutado el scaneo, se sugiere identificar con detalles al posible ligue. Es decir, ¿con quiénes está?, ¿lo que bebe?, podrías hasta evaluar su grado de sociabilidad, siempre es bueno no vaya a ser que resulte todo un hablador y te pases toda la noche escuchando sus lamentos amorosos de por qué lo terminaron. Nunca tanto. La amistad, en este caso, sólo se comparte con tus ocasionales amigos de cacería. Mas nada. El intercambio de miradas suele darse casi por inercia y ya puedes dar el siguente paso.
Tercer paso: El 'cheers' lanzador
Un brindis a la distancia suele ser una invitación sutil de 'me agrada tu actitud, me agradas tú'.Lo que traducido resulta 'te tengo ganas'. Así de simple y claro. ¿Somos?

Cuarto paso: Bailecito, zuzurrada y un largo etcétera.
Sinceramente, no considero que haya un cuarto paso establecido, porque es aquí que las más disímiles estrategias toman cuerpo, sin embargo, por coincidencia de opiniones todo indica que un baile, provocador, agresivo, sensual, y llevado a lo más lúdico suele convertirse en la llave que abre finalmente la cajita ganadora de la noche.

Lo que suceda después puede convertirse en puro cuento o en la más certera realidad. Sentirse ganador o todo un looser esa noche depende mucho que tan bien te lleves contigo mismo y ahí no hay floro que valga. Y los machismo valen madre!!!! porque las chicas sólo queremos divertirnos, o no?

mayo 12, 2007

Lo vivido, gozado está

Tras una amena y muy salpimentada conversación con unas amigas de épocas escolares, que incluyó clases teóricas de cómo practicar un buen sexo oral- con testimonio incluído de goce de ex novio y expresiones de sincera admiración- culminó una noche sabatina, en la que un buen vino fue el acompañante perfecto.

Hacia semanas que era oidora fiel de los levantes colochos de los que era partícipe una de las involucradas de la velada. Con pelos y señales, la descripción de cada uno de ellos era el deleite del auditorio. Palmadas y pifias no se hacían esperar por el desempeño del galán de turno. Había pasado un mes y la situación parecía estar controlada por mi ex compañera de aula, es decir, el amor brillaba por su ausencia y la relación momentánea se basaba en el más puro y directo sexo.

Sin embargo, al final de la conversa no faltó el interrogatorio con tufillo harto inquisidor. ¿puedes hacerlo así, sin amor de por medio? Mmm. (Silencio vendedor!!!) Y la respuesta fue... "creo que lo dejaré, últimamente estoy pensando demasiado en él". Punto final de lo que pudo ser un buen prospecto de back up (cuya definición encontrarás líneas abajo)

¿Es que acaso, las mujeres estamos destinadas a involucrarnos más de la cuenta en una relación sexual o es el temor al que nos vean muy libertinas si optamos por una actuación más práctica y decidimos darle falso protagonismo al sentimiento más que a la fogosidad del momento? Sea uno o lo otro, lo que finalmente nos puede quedar suficientemente claro es que lo gozado nadie te lo quitará. Las dudas y meas culpas deben quedar en el baúl de los reprimidos y no de quienes optaron por pasar el momento.

Con las cartas sobre la mesa y una conversación adulta muy bien llevada, no se puede hablar de perdedores. Ganaron todos, de una u otra manera.

Yo soy práctica. ¿Y tú?

Podemos ser prácticos al momento de vestir, de viajar, de comer y hasta de tener sexo, pero qué pasa cuando escuchamos un ‘soy práctico, si yo te amo y tú también me amas, ¡Bingo! si no, lo dejamos aquí’.Este florito, suerte de knock out, destruye todo lo que alguna vez construimos con esa persona que te da de tumbos en el corazón.

Lo práctico resulta de pensar con un criterio de verdad que sea eficaz y de valor en nuestras vidas, dicho así, en tan simples palabras, más de uno podría decir que en su próxima relación, un muy pragmático cupido será su caballito de batalla. Pero tómalo con calma, pues no creas que los ojos rojos y una muy asolapada mordida de labios no seguirán presentes, aunque claro, muy de vez en cuando y en la perfecta soledad del cuarto chico.

Cuando tienes dos vinos ya circulando en la cabeza y el corazón medio partío puedes sentirte práctica, lo cual no significa que lo seas, y hasta puedes pensar que la complicación ¡zas! apareció por no dejar todo muy claro, y creer aún que basta con el amor para sobrellevar la relación. Pero de pronto, la idea de ir estableciendo nuevas reglas en tu más reciente partida se cuela entre tus hormonas inquietas tras un nuevo roce. Ahora la jugada se pinta así, a la par, sin medias tintas y en algunos casos, con la pierna en alto.

Bajo la anterior premisa y metida de nuevo en la lid amorosa, ¿qué pasa si tu media naranja te considera demasiado práctica para tener una relación y todo queda meramente en el nivel del ‘choque y fuga’? Acaso ¿debemos sentirnos mal por ello, o todo lo contrario, dar gracias a que por fin podemos desligar uno de lo otro?

Yo creo que la respuesta no es una sola, es coyuntural y por tanto muy personal, pues al margen de que exista amor en una relación no está de más que uno sea consciente que hay ciertas cláusulas en el negocio del amor que hay que respetar y no verlas con el rabillo del ojo. Amar es dar pero también un recibir, un ‘dame que te doy y te seguiré dando’ perenne y el pragmatismo, en ese sentido, juega un partido aparte, cuando hablamos de cuestiones claras es inevitable no pensar en ser prácticos pero uno marca distancia de lo otro.

P.D: Pregúntate si alguna vez has intentado inyectarle una dosis de pragmatismo a tu relación, si no lo has hecho, experimenta y comprueba los resultados. Pero OJO, una dosis no es sinónimo de inyección letal.

El juego del Back up


En tiempos de modernidad tecnológica, infinidad de passwords, muy navegables hi 5’s y blogs de todo calibre es imposible no pensar en tener un back up de todo lo que creemos que si perdiéramos en un momento, parte de nuestras vidas se haría humo.

Sin embargo, semanas atrás, descubrí que el tan valioso back up puede ser de carne y hueso, tomarse unas chelas contigo, bailar pegadito, tararear el reggaeton de moda y porque no, ser tu amante bandido en ocasionales encuentros. Es decir, el back up llegó a salvarte la noche, mas no la vida.

Bitchesco, -perruno quizá- concepto para aquellos y sobre todo aquellas que se horrorizan con la idea de tener un amante de turno, con el cual solo se puedan compartir fluidos en ciertas circunstancias. No pues, tampoco tampoco. No estamos hablando de un pene delivery o vagina para llevar, solo nos remitimos a decir que algunos, y no solo los solteros y solteras, tienen una persona que les mueve la cola cuando de portarse mal se trata.

El hecho en sí, consiste en tener a alguien especial, quizá resulte más válido o haya menores paltas si se trata de un amor del pasado en lugar de un choque y fuga o quizá de ese compañerito de escuela que te sapeaba las piernas en clases. Como decía no es cualquier persona, ni tampoco es la llamada de todos los Saturday’s night. El back up está ahí, latente, dispuesto, para gozar y ser gozado. Punto, no hay más vuelta que darle.

Tampoco nos hagamos los fríos y asumamos que la cuestión es lavar y usar. El back up tiene un pasado (fácil que ahí estuviste), un presente (no dudes que estás en él) y un futuro (no te asegures en él), por tanto hay motivos para la conversa e incluso un despliegue de sentimientos es permitido siempre cuando ninguna de las dos partes se empile más de la cuenta.

Con las reglas conocidas y las cartas sobre la mesa, el juego del back up no puede ni debe convertirse en vicio. Digamos que es una cuestión circunstancial, muy open mind, e incluso muy sincera, sin medias tintas y por supuesto exceptuada de todo compromiso. Un free lance oportuno y si lo manejas bien sin perdedores de por medio.

Aunque puede sonar a una medida desesperada, el back up no tiene porqué llegar a serlo, nada gira en torno a él, es sólo una relación pasajera basada en la química sexual, porque cuando de amor se trata, digamos que la cuestión se enfría. Y conociendo que para jugar se necesitan dos, ¿te animarías a ser tú también un back up, y ‘sostener’ momentáneamente a alguien? ¿O te quedas en el banco, sobándote las manos y relamiéndote los labios?

Habla, ¿vas?



Hace un par de semanas, en una muy húmeda noche y sentada en una banquita miraflorina con el trasero más frío que el de un pingüino, tuve una particular conversa con dos ex compañeras de trabajo. Una –recientemente comprometida -que roza los cuarenta y la otra, cimentada en los sesenta y viuda hace un par de años. Hablamos básicamente del porqué a la fecha, no me conocían galán estable.

La pregunta fue definitivamente un ‘toma mientras’. La cuestión era del por qué para estas alturas de mi vida, con los estudios universitarios culminados, chamba fija, buen carácter y catalogada como un ser sociable nato, no era capaz de presentar ante la sociedad –léase familia- a un buen chico como novio, enamorado, agarre fijo, etc, etc.

Mi respuesta estaba muy lejos de colmar sus expectativas. Eso era obvio, sus miradas lejos de ser inquisidoras, eran mas bien lastimeras. Sin embargo fui clara. No hay quien me mueva el piso, pes. Así de simple, por tanto, no hay presentación a la vista.

Amigos, hay. Amigos cariñosos, también. Pero ¿galán? Mmm. Habrá. Pero me rehúso a tener que tantear entre lo conocido y por conocer para ver las posibilidades que tengo de no quedarme siendo la tía solterona de los hijos de mis mejores amigas. No pues. Para mí, y para muchos, las cosas no funcionan como me las pintaban este par de mujeres. Es decir, no ponerse sabrosa porque los años pasan, y no en vano.

Es verdad, el tiempo da de cachetadas. Pero no me entra en la cabeza, la idea de revisar mi lista de contactos y estudiar las posibilidades que tengo de poder iniciar una relación con un buen amigo, que a la par que yo, fácilmente también estará en la espera de encontrarse con ese chispazo que se da y que conduce sin mucha vaina a estar enamorado.

El amor no me parece una cosa muy compleja, implica negociación, amistad, sacrificio, un largo etc. pero también magia. Puede que no se repita un mismo chispazo, quizá uno mejor, quizá uno peor. Mientras eso sucede, ¿debemos quedarnos de brazos cruzados?.Una sugerencia: mejor crucemos las piernas porque ello es más probable que nos de mayores resultados.

‘No hay apuro señoras’, les dije. Por el momento, veo pasar las combis, ticos, micros, y hasta colectivos, algunos muy bien parados, cómodos y presentables. Otros cayéndose a pedazos, sucios, chiquitos y lentejazos. Sólo espero que al caer la medianoche, no termine chapando lo último que pasa con el riesgo de no quedarme en la fría calle. Ello, definitivamente no pasará porque creo en el amor.

Bandeja de entrada


Hagamos un ‘recordaris’ y mano en el pecho reconozcamos cuántas veces nos hemos puesto ‘en bandeja’, es decir, sintiéndonos que portamos un cartel diciendo: ‘haz lo que quieras de mí’. Quizá ahora dibujes una sonrisa compinche por aquel lance que hiciste, ya sea en busca de un affaire de fin de semana o por llamar la atención de esa persona, que ahora acompaña tus pasos.

Vergüenza y arrepentimiento, guardados bajos siete llaves, aceptemos que la situación se tornó calenturienta y el cuerpo, mejor dicho los poros, se abrieron y expidieron cierta sazón extra, la cual te llevó a agarrar de la mano a un cualquiera, que se convirtió en ocasional acompañante nocturno. ¿Sigues sonriendo? Vamos bien entonces, porque ello demuestra que no la pasaste mal.

Quizá haya muchos que jamás tentaron portarse mal, ni aun cuando eran solteros y peor cuando estuvieron con pareja, pero lo que no pueden negar es que la idea de estar extra coquetos no circundó su cabeza en alguna oportunidad. Hipocresías out. Miradas van, miraditas vienen, relamidas de labios, risitas cómplices y cogiditas faltosas, todo ello culminados con un choque y fuga, que como bien se entiende resulta en un ‘fue ayer y no me acuerdo’.

Todos felices, se podría decir. Pero –siempre hay uno- ¿qué viene luego? No hablemos de promesas hechas y posteriores compromisos no asumidos. Ello toma capítulo aparte. Me refiero al remolino de comentarios de aquellos observadores participantes que, en algunos casos se quedaron con los crespos hechos por la negativa de la fueron víctimas y que los lleva a hablar de más y o quizá de aquellos inquisidores que no tiene mejor deleite que regodearse del espectáculo ajeno.

Así es pues, después del goce viene la sanción. Al menos así sucede en este país lleno de medias tintas e hipocresías baratas, dentro de las cuales se aplaude la actitud del hombre ‘cazador’, pero se sanciona la de una mujer, ‘puesta en bandeja’.Pero, ¿qué hay cuando los papeles se intercambian? ¿Doble sanción? Claro pues, si ella se aprovechó del pobre borrachito. Habla pepera.

No pues, señores. Aquí goza el aprovechado y el aprovechador. OJO, todo con consentimiento, nada forzado, sino cuál es la gracia pues. Así que la próxima vez que la idea de querer ‘portarte mal’ ronde tu cabecita, y creas que un ‘mea culpa’ no te hará sentir como bicho raro y por el contrario termine haciéndote reír mientras caminas por la calle, piensa a quién quieres tener en tu bandeja o en qué bandeja quieres terminar. Total, siempre tienes el derecho de elegir o quizá prefieras ver el menú pues te encuentras a dieta -momentánea- o permanente.

La crisis de los veinticinco...

El sábado por la noche –durante una tertulia con mis amigas de la universidad, todas ellas rozando el cuarto de siglo- me abstraje por unos minutos y llegué a la conclusión que yo me salí del cuadro, que debí nacer con un pene y un buen par de bolas. Pero no fue así, y mujercita yo, veía con asombro cómo no compartía la perspectiva con la que mis amigas veían sus relaciones amorosas y sexuales. Ello no tendría nada de malo, si acaso no fuese que yo compartía y, en cierta forma justificaba, las actitudes y el desempeño de sus compañeros sentimentales.

¿Acaso me salí del molde y mi gen masculino es que el que regirá mi vida sentimental? Debo aclarar que ello no tiene nada que ver con que me gusten las mujeres, y en ese sentido, disfruto mucho de los hombres y viceversa (modestia en el diván). El hecho es que un grupo de chicas que tiene como común denominador mantenerse al lado del mismo hombre un promedio de tres a cuatro años, está pensando si ese, será el tío con el que pasarán el resto de sus vidas.

El trabajo, la familia, la salud y los amigos pueden llegar a ser chancay de a medio, cuando te metes en el hoyo del “¿Por qué no me llamó?, ¿acaso no seré importante en su vida?, este aniversario debe ser diferente”. Sentimentalismos out, la cuestión es, ¿qué hay más allá de los mismos labios, las mismas manos, las mismas bolas y el mismo pene con los que te iniciaste- claro está en algunos casos? ¿Serán por lo menos cinco años más, si no antes, de que se te meta el bicho de sacar los pies del plato?, porque ellos definitivamente, no te pedirán permiso para hacerlo.

Las relaciones muy largas o se concretan o se discurren vía desagüe. Conozco muchos casos de chicas, -veinteañeras ellas- que ‘han desperdiciado su vida junto a un mismo chico, años de años’ (pensamiento de señora base cinco y que obvio no comparto) y luego este ‘bueno para nada’ les da un patada en el trasero y se buscan uno más firme y menos reclamón. ¿Tiempo perdido o experiencia ganada?. Piénsalo tú a la hora que veas más tarde la misma cara.

OJO: No busco promiscuidad, sólo variedad, ahí radica el gusto, dicen.