Quienes me conocen, saben de mi actuar directo y knock out verbal en el que puedo caer al expresar mi forma de pensar. Con respecto a las relaciones sexuales y amorosas, sigo manteniendo ese estilo frontal y digo, a calzón quitao – nunca tan literalmente hablando-, ciertas verdades.
Por ello, hace un tiempo me vi enfrascada en una debate acerca de los gastos que se suceden dentro de una relación. Incluso considerando aquellos que van desde el momento del afán hasta el pago del telo en algunas oportunidades. Digamos que ardió Troya y como conclusión resolví que existen aún, en estos tiempos, algunos dignos ejemplares del Pitencatropus erectus, pero ojo su existencia no es gratuita sino en muchos casos, por obra y gracia de algunas señoritas, que no tiene reparo para abrir las piernas pero sí para abrir la cartera y portarse con un sencillo.
Vayamos por partes. Cuando un pata te invita a salir, digamos que es intrínseco, que él asumirá todos los gastos, pues se trata como bien dice de una invitación. De igual manera cuando una hace la invitación (horror!!! anda esquivando las miradas inquisidoras y expresiones cachacientas) debe asumir, que todo corre por su cuenta. Pero, mano en el pecho, ¿cuántas veces hemos invitado nosotras? Por el temor al qué dirán, siempre te guardas las ganas y esperas sentada que te llame o te mande un mail para concertar la cita.
Digamos que también existen las salidas pactadas, aquellas que se rigen por el japanajá, mitad/mitad, tú pagas las entradas, yo pago las canchitas y gaseosas etc, Salidas en las que cada uno baila con su pañuelo y todos felices. Especifiquemos que estas salidas se concretan una vez que la relación es más cercana y no hay roche en decir, ‘pucha pero estoy medio misión’ que traducido quiere decir: ‘tendrás que portarte con algo’.
Sin embargo, cuando la relación ya está establecida, algunas chicas asumen que la inversión (aunque haya sido poca y a regañadientes) ha rendido sus frutos y es tiempo de desentenderse del asunto financiero. Todo ello, con el amén de sus novios, que sí pegan el grito al cielo, si a ellas se le ocurriría pagar el telo en un momento de arrechura pero que termina lamentándose a fin de mes por estar más misios que el Chavo del Ocho.
Señores y señoras, bienvenidos al mundo real, aquí todos tienen ganas de comer, de beber, de viajar, de bailar, y claro está de tirar; entonces ¿dónde está el roche en que, en alguna oportunidad, una pague esos gastos, incluso cuando aún no sean relaciones formales? Si dentro de una relación ocasional, una corre con algunos de estos gastos, ¿debemos asumir que es menos ‘señorita’ que otra que está inmersa en una relación pero de la cual parece asumir sólo el papel de vampiresca, claro está financieramente hablando?.
La independencia económica no debe ser entendida como sinónimo de libertinaje o como amenaza a la relación ya establecida. Es simplemente ponerse una mano en el pecho y otra en el bolsillo derecho, porque de amor no se vive, sino que lo diga Calamaro.
Por ello, hace un tiempo me vi enfrascada en una debate acerca de los gastos que se suceden dentro de una relación. Incluso considerando aquellos que van desde el momento del afán hasta el pago del telo en algunas oportunidades. Digamos que ardió Troya y como conclusión resolví que existen aún, en estos tiempos, algunos dignos ejemplares del Pitencatropus erectus, pero ojo su existencia no es gratuita sino en muchos casos, por obra y gracia de algunas señoritas, que no tiene reparo para abrir las piernas pero sí para abrir la cartera y portarse con un sencillo.
Vayamos por partes. Cuando un pata te invita a salir, digamos que es intrínseco, que él asumirá todos los gastos, pues se trata como bien dice de una invitación. De igual manera cuando una hace la invitación (horror!!! anda esquivando las miradas inquisidoras y expresiones cachacientas) debe asumir, que todo corre por su cuenta. Pero, mano en el pecho, ¿cuántas veces hemos invitado nosotras? Por el temor al qué dirán, siempre te guardas las ganas y esperas sentada que te llame o te mande un mail para concertar la cita.
Digamos que también existen las salidas pactadas, aquellas que se rigen por el japanajá, mitad/mitad, tú pagas las entradas, yo pago las canchitas y gaseosas etc, Salidas en las que cada uno baila con su pañuelo y todos felices. Especifiquemos que estas salidas se concretan una vez que la relación es más cercana y no hay roche en decir, ‘pucha pero estoy medio misión’ que traducido quiere decir: ‘tendrás que portarte con algo’.
Sin embargo, cuando la relación ya está establecida, algunas chicas asumen que la inversión (aunque haya sido poca y a regañadientes) ha rendido sus frutos y es tiempo de desentenderse del asunto financiero. Todo ello, con el amén de sus novios, que sí pegan el grito al cielo, si a ellas se le ocurriría pagar el telo en un momento de arrechura pero que termina lamentándose a fin de mes por estar más misios que el Chavo del Ocho.
Señores y señoras, bienvenidos al mundo real, aquí todos tienen ganas de comer, de beber, de viajar, de bailar, y claro está de tirar; entonces ¿dónde está el roche en que, en alguna oportunidad, una pague esos gastos, incluso cuando aún no sean relaciones formales? Si dentro de una relación ocasional, una corre con algunos de estos gastos, ¿debemos asumir que es menos ‘señorita’ que otra que está inmersa en una relación pero de la cual parece asumir sólo el papel de vampiresca, claro está financieramente hablando?.
La independencia económica no debe ser entendida como sinónimo de libertinaje o como amenaza a la relación ya establecida. Es simplemente ponerse una mano en el pecho y otra en el bolsillo derecho, porque de amor no se vive, sino que lo diga Calamaro.