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noviembre 26, 2007

Punto de partida


Meses atrás –en pleno inicio de mi última relación amorosa -discutía con un amigo acerca de la mejor manera de cómo comenzarlas. Ambos coincidimos en que existían dos formas: el chispazo inicial o la transformación de una relación amical en amorosa. Embarcada en alguna oportunidad en ambos casos, expuse mi punto de vista.

Con toda la seguridad del mundo señalé que todos hemos pasado por ese intercambio de miradas y sonrisitas nerviosonas con ese completo desconocido que te trae babeando. Cuando éstas se vuelven rutina, lo siguiente es la primera conversa, el intercambio de celus, de mails, mensajitos de textos, llamaditas, salidas al cine, etc. etc., en otras palabras, el gileo previo a un posible inicio de relación. (Si te has salteado algún paso, dale curso no más, que uno es ninguno)

El otro camino, -proseguí- es darte cuenta que alguien muy cercano a ti –leáse un amigo u amiga- te ha echado el ojo o tú le has echado el ojo más de la cuenta. La primera reacción es NEGARLO TODO Y ANTE TODOS. Osea, la gente está hablando ‘wadas’. Son amigos y nada más. Sin embargo, no puedes negar que hay momentos agradables, intereses compartidos y sobre todo un afecto especial. Pero te tratas de autoconvencer machacándote la idea de que ello sucede porque son amigos.

Terminaba de exponer mi teoría cuando mi amigo, en actitud negativa, movía la cabeza señalando que la segunda opción le parecía totalmente inválida porque considera –al igual que la gran mayoría- que el chispazo inicial es básico para caer en los brazos de cupido. Y argumentó que lo segundo, lejos de arrastrarte en el torbellino del amor, lo único que provoca es confundir a las personas y dar por finalizadas grandes y sinceras amistades. Objeción su señoría. Tampoco, tampoco.

Le repliqué que lo del chispazo, puede o no darse. Quién cuernos te asegura que caminando por ahí harás clic o entrarás en sintonía con tu par. ¿Y si no pasa? ¿Tienes que chapar el último tren que pasa? No, gracias. Eso es imprevisible, por tanto, lo segundo –recalque en voz alta- me parece una opción más realista. Ahora tampoco es que tengas el clásico pacto con tu mejor amigo para que –llegada cierta edad- si se encuentran solos, se hagan el favor mutuamente y ya. Finalicé mi exposición argumentando que si bien es cierto que cuando te toca, te toca, tampoco podemos dejar escapar la oportunidad de hacer que nos toque.

Un silencio prolongado de mi amigo, me hizo pensar que algo en él había logrado trastocar. Craso error. Terminamos de beber nuestras cervezas, y con el último brindis tuve la certeza que ninguno de los dos daría su brazo a torcer. Cada quien estaba convencido de su rollo. Sin embargo, ahora -nueve meses después y tras mi más reciente experiencia seudo amorosa- recordar esta conversa me llevó a aceptar lo delicioso que resulta vivir ese gileo previo con aquel desconocido, ese descubrir pausado y frenético a la vez, tan impredecible que te hace pensar: que suceda lo que tenga que suceder y a la mierda lo demás.

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