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julio 26, 2007

El chico que sólo quería divertirse



Dejémonos de prejuicios y vamos al grano.” ¿Quieres o no ser parte de una ‘nochecita loca’? tu sabes pes flaquita, una noche loca, de esas que a veces tengo. Nos podemos poner todos loquitos, no? Tú, tu amiga y yo. Habla, ¿nos vemos entonces? Bastaron unas líneas escritas escuetamente por el Chat y no había vuelta atrás, estaba invitada a mi primer trío sexual de mi vida. Ahora pues, ahí te quiero ver, mamita.

No han sido pocas las veces en las que atentamente, había seguido los relatos sexuales de mis amigos varones, quienes no dejaban de sonreír mientras me contaban los detalles de sus encuentros sexuales, en las que no solo participaron sus enamoradas, sino también algún(a) colaborador(a) extra. Debo reconocer que el pudor había sido puesto bajo siete llaves y sentía que mis ojos me delataban al escuchar cada historia. La teoría fue aprehendida entonces… ya vendrá la práctica me decía.

Bueno pues, tiempo después, me habían cursado una inesperada invitación; ahora era yo quien debía responder a las alturas de las circunstancias. ¿No que muy open mind, muy liberal? ya pues, la mesita estaba servida y no quedaba más que darle curso a ‘ese trámite’. Habían un par de cosas que realmente no había considerado: existía una involucrada más, de la que no sabía su opinión respecto al tema, porque todo había sido muy rápido y segundo, me cagaba de miedo.

La cita se dio. Fuimos recogidas en un auto a ritmo de perreo (¿podría haber algún mejor soundtrack para esta historia?) se sucedieron algunas chelas y cigarrillos para ‘sazonar’ el encuentro y ya cerca de la media noche, la situación estaba un tanto avanzada. Unas miradas delatoras y juguetonas eran lanzadas como dardos venenosos en mitad de una sala bastante desordenada. La atmósfera se recalentaba. Era sábado y el chico sólo quería divertirse.

Ya había transcurrido una media hora y no había habido un significativo avance en la situación antes descrita. Sin embargo, la combustión dentro de mi cuerpo por el alcohol y demás menjunjes hacia que la cabeza se me despegue del cuerpo y vaya a terminar pegada al techo, muy alto por cierto, de la casa.

De las miradas juguetonas, se pasó a las sonrisas cómplices y a un quita prendas muy alejado de lo sensual. Ja. Me imaginaba lo que debía estar pensando el muchacho: ¿oe ya? O sea…. La hora pasa, digo. Cerca de las dos de la madrugada y al ver que ya habíamos tomado por asalto la habitación, divertidamente decorada, del anfitrión, sucedió lo que no había planificado hasta el momento: me acordé del error que había cometido en un examen meses atrás y que nunca antes, en mis cinco sentidos, había logrado reconocer. Realizaré un comentario al respecto, decía yo, para disque amenizar el momento (y pasar piola por otra hora más). Así lo hice y lo que recibí fue más de lo que esperaba: “chicas, creo que es tarde, mejor las llevo a sus casas”. Fin del cuento.

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