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diciembre 04, 2009

El hombre que yo amo

En mi chiquititud, las semanas santas para mí se convertían en un tormento. Era moco y baba en esos días y no precisamente porque sintiera gran apego católico sino porque ver la imagen de un hombre con barba y sobre todo bigote, salvajemente castigado, me afectaba en demasía. No podía contener las lágrimas en las cuchucientas películas bíblicas que proyectaban una y otra vez, porque para mí, aquel hombre de bigote, se asemejaba mucho a mi viejo.

Papá ha sido uno de los pocos hombres de mi vida que me ha dicho no a algunas de mis peticiones. Es más creo que decirme no, le causa intranquilidad mas que sufrimiento. De niña, era mi soporte cuando estaba con la huacha floja o tenía vómitos o simplemente me quedaba dormida en cama ajena. Papá siempre ha querido que esté bien, que esté tranquila. Pero se la he puesto difícil y quizá mis actitudes le han demostrado que, la tranquilidad para mí, tiene otro significado.

Papá ha esperado que, a estas alturas del partido, tenga una trabajo estable, le presente un novio casamentero, esté al volante de un Toyota Yaris y empiece la proyección de la compra del depa y por ende, anuncie la llegada del primer nieto. Pero todo ello, parece estar muy lejos de lo que yo tengo proyectado en esta vida, quizá en otra sí, pero en ésta, las cartas son otras.

Papá me ha tenido paciencia, y yo diría bastante, porque sabe lo intolerante que soy. Por eso cuando le grito, trato de morderme la lengua y tragar saliva. Papá me ha visto llorar de alegría y también de tristeza y yo también le he secado algunas lágrimas antes de que le mojen el bigote. Papá jamás ha criticado -aunque solo en son de broma- a algunos de mis novios, es más les ha puesto chapas, y me ha dicho frases pacienzudas cuando, en más de una oportunidad, le he comentado que he querido estamparlos en la pared.

A través de él, de sus actos a veces distraídos, poco galantes y atentos, de sus comentarios fríos y prácticos, de sus frases alentadoras y complacientes y de sus caricias tiernas y precisas, he podido comprender más a los hombres. He pensado en él y he reflexionado a través de sus actitudes para con mi vieja, que él no escapa de la generalidad: 'así son los hombres'. Generalidad que a veces incomoda y molesta, pero que es algo ya de género y no de personalidad. Papá comparte con mi hermano, mis amigos, mis jefes, mis ex novios, las características que de los hombres, a nosotras, nos sacan de quicio. Pero por eso siento que estar cerca a él es un ejercicio constante de aprender más a tolerar a los hombres. Lo veo envejecer a mi lado, y cada actitud, que me pueda exasperar, me es más fácil de comprender en los chicos de mi edad.

Mamá reniega de su poca iniciativa, de su desgano, de su pachocha, de su indecisión, de sus ganas de dormir por horas, de su desorden al momento de cocinar y luego de renegar tanto, solo le resta suspirar y saber que papá no va a cambiar y que pasará el resto de su vida con él, soportándolo hasta que la muerte los separe, tal y cual lo proyectaron hace ya 31 años.

Conclusión: Ya no quiero estar con un hombre que se parezca a mi papá, tal y como pregonábamos cuando éramos niñas, porque ya lo tengo a él y con eso me basta. Quiero un hombre que cuando lo vea, sonría, piense en mi papá y diga, ya no importa, deja eso ahí, vamos a ver la tele.

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